sábado, 20 de abril de 2024
Judit decapitando a Holofernes 1612 . Artemisia Gentileschi. Pintora feminista. Fue violada en su juventud y dedicó toda su obra en plasmar su rabia interior.

Mi violación con 10 años

Tenía diez años, diez inocentes años cuando ese tipo me violó. Suena fuerte ¿no? Es más fuerte aún cuando lo sientes en tu propia persona. Cuando sientes que las carnes se te abren, es como si después te echasen alcohol y sal y volviesen a cerrarte. Ese escozor nunca se te quita.

Yo no entendía que había sucedido, no entendía por qué a mí. Me aterraba la idea de pensar que existía un Dios que había permitido que eso me ocurriese a mí, yo, que iba los domingos a misa y compartía mis juguetes con todos los niños.

Más tarde comprendí que lo que me había pasado no era un caso aislado, no era una cosa del azar y del destino, porque esa pregunta retumbaba en mi cabeza constantemente «¿por qué a mí? ¿Por qué yo?» «Si soy buena persona, no me lo merezco.»

Todo cambió cuando pasaron unos años, veía constantemente noticias de mujeres asesinadas por sus parejas, chicas violadas y tiradas en una cuneta, y dentro de todo ese drama social me sentía una privilegiada por poder seguir respirando, por no ser una más con una esquela escrita con el dolor de los míos.

Comprendí que existía un sistema que nos oprimía a nosotras, al sexo débil, a las blandas, a las que cuando son violadas se suben las bragas y salen corriendo buscando auxilio, las que se curan los rasguños a golpe de tequila. Las débiles. Las que deben callarse, las que no cerraron bien las piernas, las tontas a las que engañaron con unas cuantas palabras, las que podían haberlo evitado, las que seguro que provocaron a su agresor, aunque tuviesen diez años., las que tenían que ser preguntadas en un juicio si las relaciones fueron consentidas, sí, con diez años…

Esto solo es un relato, para todas aquellas que lo han sufrido o para las que por desgracia lo sufrirán. No estáis solas, detrás de vosotras hay un ejército conformado por las que siguieron adelante. Las que querían arrancarse la piel a tiras por sentir asco de sí mismas. Las que se dejaron una pasta en sicólogos, que juraban que ese dolor pasaría.

Quizás solo escribo esto para recordarme quién soy, que fue lo que me hizo una feminista de esas amargadas, de esas que exageran…

Todo se reconstruye, la piel, los golpes, los rasguños, los desgarros.. lo que nunca se cura es el alma.
Puedes elegir entre llorar y encerrarte en casa, maldecirte porque eres idiota y seguir llorando y maldiciéndote. O puedes convertir ese alma lastimada en un alma beligerante, fuerte, capaz de cambiar las cosas a golpe de recuerdo, de trauma mal curado.

El alma nunca llega a curarse del todo, pero sabéis? Eso no es malo, porque te ayuda a recordarte que no estás sola, que otras te necesitan y que por lo que te ocurrió tienes la obligación moral y ética de pelear por ellas, hasta que se repongan, hasta que se unan a la causa.

Ahora soy una más, con una historia a mis espaldas y con muchas, muchísimas ganas de cambiar el mundo. El dolor que un día sentí que me abrasaba y los resquicios de ese dolor que a día de hoy sigo sintiendo, son los que convertí y convierto en rabia para seguir luchando, al fin y al cabo creo que es esa rabia la que hoy sigue haciendo que me mantenga en pie.

Espero que este relato ayude a curar algún alma rota.

Relato enviado anónimamente al correo de La Dialéctika (info@ladialectika.com)

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