viernes, 29 de marzo de 2024

HACIA DONDE VA EL PSOE (II). De la transición a Susana Díaz.

Con el término de la dictadura franquista el PSOE llegará al principio de la transición como una fuerza política marginal, sobre todo si se compara con un Partido Comunista que había cargado con el peso fundamental en la lucha contra el fascismo desde el final de la Guerra Civil. Sin embargo en un corto espacio de tiempo el Partido Socialista llevará a cabo una rápida reconstrucción, consiguiendo en apenas siete años desbancar primero al PC como principal referente de la izquierda y posteriormente alcanzar el poder y colocar a Felipe González como presidente del gobierno en las elecciones de 1982.

Las claves de este logro fueron varias, desde luego el seguir representando para miles de trabajadores la imagen histórica del que había sido durante decenios el gran partido obrero en el Estado español, pero también el ofrecer, en apariencia, una alternativa al socialismo real ligado al ejemplo de la Unión Soviética, a la vez que tener una nueva y joven dirección que no era identificada con el recuerdo de la Guerra Civil. Pero no menos importante fue el apoyo de todo tipo recibido de los grandes partidos socialdemócratas internacionales y sobre todo también de los sectores capitalistas que vieron en el PSOE la fuerza política que podía evitar que la transición fuera más allá de lo que ellos deseaban y esperaban. En ese aspecto contaron con la plena colaboración de unos dirigentes que iban a desoír una y otra vez a las bases del Partido que aspiraban a ir más allá del capitalismo y romper con todo lo que implicara continuismo con la dictadura empezando por la propia institución de la monarquía.

Felipe González y los suyos siempre optaron por una salida alejada de cualquier ruptura y que fuera del gusto tanto de la burguesía española como de las grandes potencias occidentales. Para ello necesitaban construir un PSOE que olvidara cualquier veleidad revolucionaria y tuviera una posición ideológica similar a las del resto de los partidos socialdemócratas europeos. Fueron estas intenciones las que llevarían, tras un congreso extraordinario después de no conseguirlo en el ordinario, a que la dirección, con Felipe González a la cabeza, forzara al partido a abandonar los postulados marxistas y tomar como ideología oficial el llamado «socialismo democrático». El que ahora con su cinismo habitual afirma haberse sentido traicionado por Pedro Sánchez iniciaría de esta manera una larga cadena de traiciones que ya no tendría fin.

La aplastante victoria electoral de 1982.

Las aspiraciones de cambio de la sociedad española y sobre todo de los trabajadores que habían sido el sector más castigado tanto por la dictadura como por la crisis económica de los años 70, consiguieron aupar a los socialistas hacia una victoria histórica en las elecciones legislativas de 1982. Los 202 diputados conseguidos, unidos al enorme poder municipal y autonómico del que ya disponían, situaban al PSOE en una posición más que privilegiada de cara a cumplir con las expectativas creadas, realizar una auténtica transformación social y liquidar definitivamente al franquismo que seguía incrustado dentro del sistema surgido de la transición. Pero lejos de ir por este camino, sus dirigentes acabarían por convertirse en el auténtico soporte del Régimen del 78 defraudando una tras otra todas las promesas realizadas. En lo económico lanzaron las reconversiones que iniciaron el desmantelamiento de buena parte del tejido industrial español, mientras que lejos de mejorar las condiciones de los trabajadores, llevaron a cabo toda una serie de reformas regresivas que crearon un mercado laboral marcado por el signo de la temporalidad y la precariedad. Abrieron además el paso a la privatización y mercantilización del sector público y profundizaron en un modelo, heredado de la dictadura, basado en la especulación financiera e inmobiliaria generador además de una corrupción generalizada. Sus cesiones ante el imperialismo no fueron menores incumpliendo una de sus grandes promesas como fue la de sacar a España de la OTAN y actuando siempre servilmente con relación a los intereses de EEUU y sus aliados. Renunciarían también a dar una solución al problema nacional del Estado español, y lo que es peor, acabarían adoptando los postulados más patrioteros y rancios de la derecha españolista. Tampoco limpiaron el aparato del estado de sus elementos reaccionarios, y muy al contrario, durante el gobierno socialista surgió el GAL y la guerra sucia continuándose las prácticas generalizadas de tortura y violencia policial.

Más que por la propia voluntad de los gobernantes del PSOE, fue la lucha de la clase trabajadora (huelgas generales en 1985, 1988 y 1992, movilizaciones estudiantiles en el 86-87, protestas contra las reconversiones industriales….) durante los 14 años de esa primera época en el gobierno las que dieron lugar a a toda una serie de conquistas sociales y la configuración de un cierto estado del bienestar, aunque muy alejado de lo conseguido tras la II Guerra Mundial en Inglaterra, Alemania o los países nórdicos por sus homólogos socialdemócratas europeos.

El gobierno Zapatero.

Tras perder el poder en 1996 el Partido Socialista entraría en unos años de travesía del desierto durante la que seguiría confirmándose la línea ideológica mantenida por su dirección desde la transición y su sumisión a los poderes económicos. En abril de 1998 su militancia, buscando un giro a la izquierda, daría la victoria en las primarias para elegir cual sería el candidato a la presidencia del gobierno a Josep Borrell, siendo derrotado un Joaquín Almunia que era el aspirante preferido por el aparato del Partido. Pero Borrell apenas aguantaría un año ante el boicoteo y falta de apoyo de la dirección y tendría que dimitir finalmente en mayo de 1999, en cierta manera un anticipo de lo que 17 años después sucedería con Pedro Sánchez.

Con todo, el descontento generado por ocho años de gobierno del Partido Popular culminado con la impopular participación en la aventura imperialista de Iraq y sus consecuencias en forma de los atentados terroristas del 11 de Marzo de 2004, llevaría al PSOE a ganar nuevamente las elecciones y alcanzar el gobierno, esta vez con José Luis Rodríguez Zapatero de presidente. Recibido tras confirmarse la victoria electoral al grito de «no nos falles» por miles de militantes y simpatizantes socialistas, Zapatero tampoco estaría a la altura de las expectativas creadas en sus votantes y que acabarían siendo defraudadas nuevamente. A pesar de algunas medidas progresistas como la salida de las tropas de Iraq o la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, el nuevo gobierno no daría solución a aspectos claves como el cambio de un modelo económico basado en la especulación inmobiliaria y cuyo fin ya se adivinaba en el horizonte. Tampoco puso coto a la constante degradación de un mercado laboral cada vez más precarizado, ni solucionó los problemas de vivienda que, vía alquiler o hipoteca, ahogaban económicamente a miles de familias trabajadoras. Pero lo peor llegaría en su segunda legislatura con el estallido de la burbuja inmobiliaria cuando el gobierno del PSOE cedió sin lucha ante las presiones de la Comisión Europea y el FMI, aceptando los planes de austeridad que estos le impusieron y cargando sobre las espaldas de los trabajadores la crisis capitalista que en forma de recortes y perdida de derechos se plasmaría en las reformas laboral y de pensiones llevadas a cabo por el ejecutivo de Zapatero.

La indignación ante estas medidas, que tuvo su más claro reflejo en el estallido del 15M, supuso un punto de inflexión definitivo que llevó a muchos de los votantes socialistas a abandonar el que hasta ese momento había sido su principal referente electoral, una sangría de seis millones de votos perdidos entre 2008 y 2016 y que a día de hoy no parece tener fin.

Golpe de mano contra Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez supuso un último intento fracasado de llevar a cabo una modernización y lavado de cara, pero que no pasó en realidad de ser otro dirigente claramente vuelto hacia la derecha sin la voluntad y valentía necesarias para apostar por un gobierno progresista y de cambio. Pero eso no fue suficiente para el sector más reaccionario de su Partido y que sólo representa en el fondo la correa de transmisión de los intereses del los grandes capitalistas dentro del PSOE. Unos intereses que en este caso pasaban por facilitar un gobierno del Partido Popular y evitar a toda costa un ejecutivo de izquierdas que pudiera alterar el rumbo social y económico marcado por socialistas y populares desde el inicio de la crisis, algo ante lo que ya no pudo ceder Pedro Sánchez consciente de que eso podía significar el “tiro de gracia” tanto para el Partido Socialista como para él mismo. Ahí surgió la figura omnipotente del viejo dinosaurio Felipe González, reconvertido desde hace años en el gran portavoz de la burguesía española, que de la mano de su ahijada política Susana Diaz, a la que ya muchos llaman la “Rita Barbera andaluza”, movieron los hilos necesarios dentro del aparato para tumbar al Secretario General que había sido elegido por la militancia.

Lo sucedido con Pedro Sánchez no es más que un nuevo jalón en la sucesión de traiciones y cesiones derechistas que han venido efectuando los dirigentes socialistas desde la transición, pero sus efectos para el futuro del Partido pueden ser letales y no tener vuelta atrás, teniendo en cuenta además que ni tan siquiera esta vez sus propias bases parecen estar dispuestas a aceptar las maniobras del aparato. El intento de gestionar y reformar el capitalismo, que es la esencia de la socialdemocracia, es cada día más difícil de llevar a cabo por no decir que se ha convertido en un imposible y desde esa perspectiva todo lo que no implique un giro a la izquierda y a posiciones de ruptura con lo que en el Estado español significa el sistema heredado de la transición, llevará al PSOE a una situación de cada vez mayor entreguismo a los grandes capitalistas y las posiciones de la derecha. Una perspectiva en el mejor de los casos que les podría asemejar al SPD alemán, que sin capacidad ya de alcanzar el poder ha pasado a convertirse simplemente en la muleta de los gobiernos conservadores, o si la actual deriva se sigue profundizando acabar por convertirse en una fuerza marginal a imagen de lo acaecido con el PASOK en Grecia.

Las posibilidades son varias y desde luego no está dicha la última palabra. Más allá de los factores objetivos serán también los subjetivos los que pongan el sello definitivo y marquen hasta que punto el PSOE terminará por flotar en el vacío o todavía podrá mantener, aunque sea a la baja, un espacio tanto electoral como social donde sustentarse. Y dentro de esos factores subjetivos uno emerge como determinante: la capacidad de las fuerzas que se sitúan a su izquierda de construir un movimiento creíble, que a través de la movilización y la lucha presente una alternativa superadora del régimen del 78 y ofrezca unas expectativas reales de mejora de sus condiciones de vida a los trabajadores y clases populares del Estado español. De conseguir o no ese objetivo dependerá mucho del futuro del PSOE pero también del futuro que le espere a nuestra clase en los próximos años.

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Acerca de Santiago Freire

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Responsable del Frente Ideológico de la Agrupación de Puente de Vallekas del PCM - PCE

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