viernes, 29 de marzo de 2024

Ver la paja en el ojo ajeno, y no ver la viga en el nuestro

Cuando James M. Buchanan habla de la política sin romance, está dando por sentado que la política es lo que es y no lo que nos gustaría que fuese. Su teoría reduce la capacidad del Estado para lograr el bienestar social porque asume sus límites y concibe una sociedad en la que la elección democrática se rige por las reglas del mercado. Su tesis nos presenta al político y al ciudadano como dos individuos centrados en obtener sus propios intereses. Ambos actores se sitúan para ello en una posición de acotado poder, en la que deben doblegarse ante las exigencias del mercado. La política aparece aquí como el arte de premiar la falta de escrúpulos frente a la integridad, un arte en el que todo vale con tal de lograr el beneficio personal. ¿Realmente podemos aceptar eso? ¿Acaso no es preocupante que esta forma de entender la política se refleje de forma tan evidente en la época actual?

Desde que ganó Trump, hemos asistido a una indignación mundial en la que los medios de comunicación son protagonistas. Miles de periodistas, sociólogos e investigadores se lanzaron a intentar explicar las razones de su triunfo. Surgieron adeptos, surgieron críticos y surgieron los meros observadores, aún confusos. Todos ellos, cada cual con sus opiniones, parecían coincidir en algo: el nuevo presidente era algo excepcional. Aparecía como una novedad nunca vista antes. Y digo yo, ¿a estas alturas podemos considerar al nuevo presidente como un caso de excepción?

EUROPA YA TIENE A SUS PROPIOS TRUMPS

Trump no es un caso aislado. Es la traducción política de un desgaste de los modelos aplicados hasta ahora. Si algo demostró el colapso financiero de 2007 es el fracaso del sistema capitalista y las políticas neoliberales. Un derrumbe global reflejado en el destrozo de los derechos sociales, en el empobrecimiento de las clases medias y la decadencia de los servicios públicos. El ascenso y la victoria del populismo estadounidense responde a todo ello, pero igual que lo hace en Francia el partido de Le Pen, o en Austria el FPÖ, o en Reino Unido el UKIP.

Cuando hace unos días el líder de IU alertaba del riesgo de mirar a Trump como un loco mientras normalizábamos la situación en nuestro propio territorio, estaba declarando algo evidente. En Europa tenemos legislaciones vergonzosas y acuerdos internacionales como el pacto con Marruecos o Turquía. Estamos normalizando el hecho de pagar a países del sur para que ejerzan de matones con tal de detener la inmigración a cualquier precio.

Es en nuestras fronteras donde se usan pelotas de goma y cuchillas, donde se producen devoluciones ilegales, donde se dificulta la acogida de refugiados. No olvidemos que el proyecto europeísta, que se presentó como el sueño de un continente sin fronteras, está hoy lleno de barreras: la gran muralla de Calais y la valla de Ceuta y Melilla son sólo dos ejemplos que se suman a los muros en proceso de ser construidos o los que ya existen en países como Hungría, Bulgaria o Austria. Pero es que además, Europa se ha vuelto la cuna del miedo, desprecio y rechazo al inmigrante. Muchos de los discursos de nuestros dirigentes, adornados todos ellos bajo una máscara de solidaridad y apoyo, están enfocados al racismo y la discriminación. Países como Holanda, Alemania o Francia utilizan el miedo a la inmigración como instrumentos de campaña electoral. Sin ir más lejos, en España tenemos a ministros relacionando la delincuencia y el terrorismo con la inmigración. Toda esta hipocresía política se ve reflejada en el mantenimiento de los famosos CIEs, esas cárceles insalubres que privan de libertad a gente cuyo único delito es haber nacido en el lugar equivocado.

Nos podemos poner como queramos, pero la realidad es que en Europa se están vulnerando los derechos humanos. Teniendo en cuenta esta realidad, me sorprende que seamos capaces de indignarnos ante la situación en América pero seamos espectadores impasibles de nuestra propia coyuntura.

ESPAÑA Y SU CURIOSA PARADOJA

Hace una semana leía que España lidera el ranking de países que rechazan a Donald Trump. Esto es un dato alentador, ya que nos sitúa en las antípodas del racismo, xenofobia y misoginia que predomina en las iniciativas del americano. Sin embargo, me entristece que en la población Española siga campando a sus anchas el trío infernal: el oportunismo, la ignorancia y la transigencia.

El oportunismo se ve reflejado en aquellos que salen a meter miedo equiparando el populismo de Trump con Podemos. Un determinado sector periodístico y social se dedica día sí y día también a extender cheques con esta idea, sin darse cuenta de que sólo la ignorancia podría cobrarlos.

Por su parte, la transigencia lleva operando en nuestro país tantos años, que ya es aceptada como algo normal. La permisividad ha alcanzado topes tan altos, que somos incapaces de percatarnos del enorme parecido de Rajoy con Trump.

Mientras nos indignamos porque el americano se cargue el ObamaCare, nos olvidamos que aquí se lleva desmantelando la sanidad pública desde hace años. Los recortes abusivos han llevado al cierre o privatización de centros públicos, al copago farmacéutico, a la exclusión sanitaria, a la falta de plazas de empleo y a las interminables listas de espera. Mientras miramos horrorizados a Trump, nos olvidamos que nuestro gobierno actual lleva desde que llegó al poder convirtiendo en negocio lo que debería ser un derecho.

Ocurre algo parecido con el tema de la inmigración. Poner el grito en el cielo por la construcción del muro de Trump y normalizar la valla de Ceuta y Melilla es una contradicción tan vergonzante como la de incumplir el compromiso con la UE acogiendo tan sólo a algo más de 900 refugiados frente a los casi 18000 que nos corresponden.

La transigencia con el PP también se establece en la pasividad con la que aceptamos su destrozo del medio ambiente. Parece que se nos olvida que Rajoy no sólo le quita importancia al cambio climático, sino que aplica una política medioambiental que deja mucho que desear. Sólo hay que fijarse en el destrozo de la industria de las energías renovables, en el aumento de las emisiones de gases efecto invernadero, o en las consecuencias de la absurda legislación del ‘’impuesto al sol’’.

Esta falta de conciencia crítica con nuestro gobierno hace que los detractores de Trump, provenientes tanto de la izquierda como de la derecha, critiquen su política fiscal mientras se olvidan que la desigualdad social impera en España y lejos de disminuir, crece cada vez más. Centrándose en la economía de Estados Unidos, sencillamente se olvidan de la precariedad laboral o de la proporción de trabajadores pobres en nuestro país (la tercera más elevada de la UE).

Se olvidan también que en España hay un serio problema con la libertad de expresión. Resulta mucho más fácil centrarse en la hostilidad y manipulación de Trump hacia la prensa que darnos cuenta del asentamiento cada vez más evidente de nuestra propia ‘’máquina del fango’’. En España la crisis de valores, de ética y de moral es tan grande, que estamos ante contradicciones tan evidentes como la de defender una prensa libre mientras consumimos impasibles todo tipo de medios ofreciéndonos información sesgada, interesada, y claramente distorsionada.

Recordar todo esto no es trivializar la situación o buscar polémica, sino entender que estamos ante un momento en el que necesitamos más que nunca defender el bienestar social y reivindicar unas políticas que cambien las cosas. Ese punto de inflexión tiene que venir de la mano de nuestros dirigentes, y los ciudadanos debemos dejar de tapar el sol con las manos y exigirles que actúen en consecuencia.

Decía Toynbee que una civilización decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a los desafíos que se le presentan. Tanto Europa como España se enfrentan a una época llena de retos por delante. Ojalá la elección de Trump despertase tanta conciencia crítica no sólo para ver la paja en el ojo ajeno, sino también para advertir la viga en el nuestro.

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Acerca de Lucía Tolosa

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23 años. Estudiante de Máster en Periodismo de investigación (UCM). Escribir para vivir, o al revés.

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Un comentario

  1. Completamente de acuerdo. Ojalá mas actitudes criticas con nuestro propio gobierno.

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